Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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26/01/2018

«Salvo los años 1972 y 73, cuando la DC se movió a la derecha contra el gobierno de la UP, ese partido ha estado siempre más cerca de la izquierda que de la derecha».

El intento más fallido por cambiar el lenguaje de la política ha sido aquel que pretendió jubilar la díada izquierda/derecha, dándola por superada. La mejor prueba de ese fracaso es que los mismos que sostienen que tal distinción carece ya de todo sentido no tardan en declararse de centro, y la pregunta que debe hacérseles es esta: ¿»centro» por referencia a qué otra cosa que no sean la izquierda y la derecha? Peor aún, otros de los ansiosos sepultureros de la díada no tardan un segundo en reconocerse de «centroderecha», o de «centroizquierda», lo cual es ya un auténtico contrasentido, puesto que si izquierda y derecha no significan nada, o sea, si se trata de conceptos vacíos, ¿qué podrían significar «centroizquierda» y «centroderecha» sino «centro nada»?

Otro mal entendido de quienes se declaran de centro, de centroderecha o de centroizquierda, consiste en creer que de esa manera se acreditan como personas moderadas, es decir, no extremistas, aunque no se dan cuenta de que derecha e izquierda no son los extremos del espectro político. Los extremos son la extrema derecha y la extrema izquierda, ambas bien conocidas en Chile, de manera que no hay ninguna falta de moderación en el hecho de identificarse con la derecha o con la izquierda. En fin, aquello de «centroderecha» y «centroizquierda» tiene también otra explicación casi nunca admitida por quienes se adjudican una u otra de esas condiciones: como no hace mucho apoyaron dictaduras de izquierda o de derecha, como no vacilaron, unos, en celebrar las dictaduras comunistas y, otros, las de tipo militar que tuvimos en América Latina, anteponiendo ahora «centro» a «izquierda» y «derecha» lo que pretenden es tomar distancia de los crímenes de ambos tipos de dictaduras y combatir toda forma de conservación de la memoria de sus vergonzantes fechorías.

En la reciente campaña presidencial se utilizaron todas aquellas expresiones: para describir posiciones, para identificarlas, para captar electores, y también para descalificar posturas contrarias. Se habló de izquierda, de derecha, de centroderecha, de centroizquierda, y hasta de nueva derecha y nueva izquierda, de manera que a algo se habrá querido aludir con cada una de tales expresiones, digo yo, puesto que suponen la vigencia de la díada que tantos han querido enviar al baúl de los recuerdos.

¿Partidos políticos de centro? Los hay, pero así les fue en la última contienda electoral. Tomaron distancia tanto de la izquierda como de la derecha, en un fallido intento de superación de estas dos categorías. El principal de ellos, la DC, más que irse a la república del centro, quiso intentar el camino propio, y aunque lo hizo de la mano de una estimable candidata, muchos de sus electores prefirieron votar directamente por la derecha (Piñera) o por la izquierda (Guillier).

Es efectivo que la DC tiene su origen en un partido que nació apartándose de la derecha, de donde venía la mayoría de sus fundadores, y también de la izquierda, en especial de aquella que profesaba ideas marxistas, pero la DC ha estado siempre más del lado de la izquierda que de la derecha. Otra cosa es que los que hoy renuncian a ella se hayan venido a dar cuenta de eso recién ahora, lamentándolo justo cuando a la izquierda le va mal y no hay más posibilidades de gobernar con ella.

Salvo los años 1972 y 73, cuando la DC se movió a la derecha contra el gobierno de la UP, ese partido ha estado siempre más cerca de la izquierda que de la derecha, probando de ese modo que puedes declararte de centro, aunque no puedes permanecer anclado allí y sin ningún tipo de alianza hacia uno u otro lado. Solo al gran Nicanor pudo permitírsele el jocoso disparate de que la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas. Por lo demás, la actual situación de la DC viene gestándose hace ya décadas. Forma parte de un proceso al que sus dirigentes no prestaron mayor atención al hallarse gustosos en el gobierno y disponer de cargos e influencia. No menor me parece también el síndrome Casa Piedra que manifestaron muchos de sus dirigentes: felices de ser invitados allí, pero no de ir a hablar a un sindicato. La plutofilia, o sea, el amor y la postración ante los ricos, sustituyó a la opción por los pobres.