Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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29/06/2018

«¿Le suena conocido todo eso? A mí sí, y desde hace varias décadas».

En mi pasada columna quedé en deuda con los lectores. Bueno, lo más probable es que siempre quede en deuda con ellos. Pero esta vez la deuda fue explícita. Esa columna trató de los liberalismos, de los varios troncos que han surgido de la raíz liberal, y sirvió para mostrar mi crítica a uno de los troncos -el neoliberalismo-, ese que sus partidarios se niegan a reconocer, como si «neoliberalismo» fuera solo una mala palabra con la que desprestigiar las ideas liberales en general y no una versión muy definida y exitosa de la doctrina liberal, tan exitosa que lo que tenemos hoy en el mundo es un capitalismo neoliberal hegemónico, esto es, un sistema económico dominante (el capitalismo), reforzado por una doctrina (el neoliberalismo) que es mucho más que un conjunto de recetas de cómo manejar la economía.

¿Pero qué es lo que caracteriza al neoliberalismo? Se trata de un liberalismo que posee algunas especificidades que resumiré a continuación.

Idea del ser humano como » homo economicus «, sin otra inclinación que la de preferir sus intereses y maximizar su beneficio, con el efecto de que otros sentimientos -simpatía, altruismo, solidaridad- serían injertos añadidos artificialmente a la naturaleza humana y cuya práctica no tiene que ser tarea del Estado, sino ejercicio personal y privado dejado a la buena voluntad de los individuos.

La educación entendida como mera capacitación para el trabajo, y el trabajo solo como una manera de generar recursos para sí y crecimiento para las naciones.

Convicción de que la mejor manera de satisfacer el interés público es permitiendo que cada quien persiga libremente su interés privado, interés que jamás miente ni se equivoca. De esta manera, todo el compromiso público de los individuos se reduce a buscar su interés privado.

Competencia a todo dar y en todos los planos de la vida, puesto que de lo que se trata es de alcanzar las frutas más altas y maduras del árbol que iríamos escalando, sin importar si para hacerlo algunos ponen los pies sobre las cabezas de los que vienen más abajo, o, como decía Keynes, sin importar que las jirafas de cuello más largo se sacien con los frutos y dejen morir de hambre a las de cuello más corto.

Idea de que la economía incluye toda actividad humana, de manera que no hay acciones puramente económicas: todas las acciones son económicas y todo es capital. Amistades y otras relaciones son «capital social», educación es «capital cultural», mientras que los antiguos departamentos de personal de las empresas pasan a serlo de «recursos humanos».

Afirmación de la economía cual si se tratara de la gran ciencia, una suerte de piedra filosofal que permite comprender no solo los fenómenos económicos, sino toda clase de comportamientos humanos, con la consiguiente hegemonía de las categorías de análisis y del lenguaje de los economistas para tratar cualquier asunto, desde el arte a la religión, desde la familia al derecho, desde la política a la democracia.

Preeminencia de la economía sobre la política y del mercado ante la democracia, entendido aquel como un orden natural autorregulado y refractario a la injerencia de la autoridad política.

Estado limitado a mantener el orden, proteger la propiedad privada, velar por el cumplimiento de los contratos, y crear nuevos mercados. Unos mercados que no solo son eficientes, sino también justos, y, todavía más, forjadores del carácter de las personas que a diario hacen elecciones en él.

Negación de los derechos sociales (de inspiración socialista) y afirmación de los derechos civiles (de inspiración liberal) como únicos derechos fundamentales de las personas.

Privatización de activos públicos y descarga hacia el sector privado de funciones públicas que van desde hospitales, cárceles, aeropuertos y carreteras hasta el cuidado de menores vulnerables, el crédito universitario y la fundación de universidades que en lo posible sustituyan a las de carácter estatal.

Presentación de las frecuentes crisis del capitalismo como «destrucciones creativas», sin importar que en presencia de ellas los organismos financieros salgan al rescate de los causantes de tales crisis y no de las víctimas que las padecen. Los causantes son demasiado grandes para caer, mientras que las víctimas son demasiado pequeñas como para perder tiempo con ellas.

Hostilidad hacia el derecho colectivo del trabajo y desprestigio constante de los sindicatos, la negociación colectiva y el derecho a huelga efectiva.

¿Le suena conocido todo eso? A mí sí, y desde hace varias décadas.