Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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13/07/2018

«La cancha no tiene lados, sino ‘carriles’; los equipos no se enfrentan, ‘chocan’, y los goles de tiro libre son con ‘pelota muerta’…».

Quienes se dedican a la política suelen ser los reyes de los lugares comunes, de los tópicos, de las frases hechas y repetidas hasta el cansancio ante cámaras de televisión y micrófonos radiales. «Hay que actuar con visión de futuro», aseveran con singular gravedad, empleando un tono de voz que obliga a salir corriendo en busca de lápiz y papel para anotar tan original y creativa afirmación. «Voy a reinventarme», prometen si no son reelegidos, como si alguien alguna vez se hubiera inventado a sí mismo, y «Estoy disponible», declaran, cuando tienen vivo interés en un cargo. «Tenemos que reencantarnos con la política», repiten también, ellos mismos, los causantes del desencanto, como si alguna vez en la historia de la humanidad, ella, la política, una actividad relacionada con el poder, hubiera estado realmente encantada. «Se tiene que investigar hasta las últimas consecuencias», sentencian cuando el que ha cometido un delito es del sector político contrario, y, en cambio, «Aquí lo importante es la presunción de inocencia», si el acusado pertenece a su propio sector. Los rivales políticos cometen delitos, mientras que los camaradas de partido incurren en faltas administrativas, en errores, en desprolijidades.

Nuestros comunicadores sociales tampoco lo hacen mal en cuanto al uso de expresiones clichés. «Arista», «al final del día», «raya para la suma», «hacer la pega», «dar un paso al costado», y ni qué decir del abuso de nombres propios abreviados de los colegas con quienes comparten o hacen contacto en un informativo de televisión, lo cual les hace aparecer como si estuvieran jugando, no trabajando, como si se encontraran en el paseo de los cuartos medios, como si quisieran lograr una fácil proximidad con las audiencias y hacer sentir a estas que son amigos de las figuras de la tele. Me podrán decir que se trata de un detalle, pero ¿se han fijado cuántas veces en un mismo noticiero de televisión el encargado o encargada de dar las noticias empieza cada una de estas con la muletilla «bueno»? Mención aparte merecen los énfasis editoriales excesivos de los conductores de espacios televisivos. «Sí», digo yo cada vez que veo las noticias. «Entrégame tu parecer, opina, eso está muy bien, pero por favor dame primero la noticia sobre la cual estás editorializando a ver si soy capaz de formar mi opinión antes de escuchar la tuya».

La Copa Mundial de Fútbol ha permitido que locutores y comentaristas deportivos se luzcan con esto de las expresiones rebuscadas o sobreempleadas. Que se luzcan, he puesto, aunque la mayoría ve los partidos sin audio. En los arcos ya no hay palos, sino «tubos», de manera que ahora los arqueros son «guardatubos». Antes los arqueros atajaban, ahora tapan, y cuando tapan de manera notable, lo que tenemos es un «tapadón». Una patadita algo más fuerte es también un «patadón», un jugador alto es un «gigantón», y cada vez que un defensa quita la pelota de manera pulcra, elegante, procede «quirúrgicamente». ¿Qué dirá al respecto la Sociedad de Cirujanos? Los equipos que llegaron a la final no hicieron una buena campaña, sino un «campañón». La cancha no tiene lados, sino «carriles»; los equipos no se enfrentan, «chocan», y los goles de tiro libre son con «pelota muerta». Los otrora modestos guardalíneas son ahora árbitros asistentes. Un cuarto permanece fuera del campo de juego, siempre medio camuflado, y tiene por misión poner coto a los insultos y groserías que salen desde las bancas. Se acabaron también los entrenadores; ahora todos son «profesores», cada cual con su propia «filosofía».

No es mi ánimo limitar la libertad de expresión de relatores y comentaristas, sobre todo en el caso de la final que presenciaremos pasado mañana. Póngale no más. A darle color se ha dicho. Siempre estará el recurso de quitar el audio. Pero igual podrían ejercitarse un poquito en la virtud de la sobriedad. El fútbol es un deporte suficientemente creativo como para que quienes lo relatan hagan un esfuerzo adicional de imaginación y creatividad. No hablen tanto, no tapen el partido con palabras, no abusen de las estadísticas, eludan las hipérboles. Y no se les ocurra decir que tal o cual entrenador «leyó» bien o mal el partido. Los partidos de fútbol no se leen, se juegan, y, cuando más, se interpretan. Si se leyeran, y atendido el altísimo nivel de consumo futbolístico en nuestro país, no tendríamos el impresionante déficit de lectura que delatan todas las mediciones.