Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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23/08/2019

«Las neurociencias tienen eso: tanto fascinan como nos bajan a tierra».

En Valparaíso, acostumbrados durante décadas a perderlo todo y a que no pase prácticamente nada, salvo desastres, un motivo de celebración fue la creación del Centro Interdisciplinario de Neurociencias de Valparaíso, que alberga la universidad del mismo nombre. Dicho Centro y su equipo de investigadores han ganado un significativo prestigio nacional e internacional, y en lo que se encuentran ahora es nada menos que en la construcción de su nueva sede, en el barrio de La Matriz, un proyecto que está siendo llevado adelante en estrecha relación con los vecinos de ese sector, muchos de los cuales se preguntarán qué son las neurociencias y a qué se dedican quienes las cultivan.

A conocer nuestro cerebro y sistema nervioso central es a lo que las neurociencias se dedican de manera preferente, aunque su curiosidad, de la mano de la genética, la biología, la química, la psicología, alcanza a la completa y compleja red que es el cuerpo humano. Así, por ejemplo, se sabe ya que el equilibrio o desequilibrio que muestren ciertas clases de bacterias que viven en nuestros intestinos tiene efectos en la actividad cerebral, algo que podría perturbar a quienes piensen que el cerebro humano nada tendría que ver con microorganismos que habitan en una parte tan poco glamorosa de nuestro organismo. Todavía más: hay neuronas en nuestro intestino; sí, neuronas que forman parte del sistema nervioso entérico, responsable de nuestra digestión, y que, al conversar con el cerebro craneano, tiene injerencia en las sensaciones de hambre y saciedad, así como en las preferencias que mostramos por ciertas comidas, preferencias que con no poca altanería solemos atribuir a nuestra refinada cultura gastronómica.

Las neurociencias tienen eso: tanto fascinan como nos bajan a tierra en cuanto a qué es la especie humana y a cómo funciona a nivel de percepciones, pensamientos, sensaciones, preferencias, memoria y decisiones. Nos sorprenden, pero pueden también bajar nuestra autoestima como especie, tanto como en épocas pretéritas lo hicieron esos desmitificadores que fueron Copérnico, Galileo, Darwin y Freud, sobre quienes cayeron críticas y hasta castigos por el hecho de mostrar alguna realidad que resultaba incómoda para un planeta y una especie que se consideraban centrales y hasta únicos.

Las neurociencias no tienen todas las respuestas, y lo más probable es que, no aspirando tampoco a ello, nunca puedan reunirlas todas, pero los avances que han hecho en las últimas décadas, así como las neurotecnologías a que están dando lugar, nos conducirán no solo a extender y a leer el completo mapa del cerebro, sino a escribir en este, con una perspectiva otra vez atractiva y atemorizante: la especie humana, con ser el resultado de un proceso de evolución exitoso, podría pasar ahora a ponerse al mando de su futura evolución. El conocido científico Rafael Yuste, de visita en Valparaíso, comparando las futuras posibilidades de las neurotecnologías con las que tuvieron las tecnologías nucleares, se preguntaba cuáles serán los Hiroshima y Nagasaki de las primeras.

El libro “DeMente”, reciente publicación del Centro ya mencionado, mediante una selección de breves y muy accesibles textos de especialistas, hace pensar sobre tales asuntos, como también sobre otros que nos resultan más cotidianos, como el caso de los endulzantes artificiales que no consiguen engañar al cerebro, el precio biológico de vivir en la pobreza, la ingesta de vitamina D contra el deterioro cognitivo, y los puntos que a su favor se ha ido anotando el consumo de café. ¿Pueden ustedes creer que experimentos con una tarántula africana han ayudado a revelar los misterios del dolor humano y que el calamar gigante —la humilde jibia— tiene un sistema nervioso que es una versión simplificada del de los seres humanos? Durante largo tiempo, en los laboratorios de Montemar, cerca de Reñaca, se han efectuado investigaciones a ese respecto y es mucho lo que hemos aprendido gracias a tan humilde habitante de nuestra costa.
Es verdad que circulan también algunos neuromitos y, asimismo, no pocas dosis de neuroescepticismo, pero descontados los primeros y superado el segundo, es mucho lo que cabe esperar aún de las neurociencias. Sin ir más lejos, así lo demuestran, periódicamente, las siempre bien nutridas páginas científicas de este diario