Agustín Squella - Constituyente Distrito 7
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15/05/2020

«¿Cuántos documentos de primera importancia en la historia de Occidente fueron conseguidos mediante presión sobre quienes ejercían el poder?».

Una nueva Constitución partiría de una página en blanco desde una perspectiva que nadie tendría por qué temer, puesto que lo que se quiere decir es que quienes la escriban no estarán vinculados al texto de la actual Constitución ni a ninguno de las que hemos tenido antes. Es por eso que se trataría de una “nueva” Constitución, lo cual no significa que vaya a ser estudiada y escrita desde cero. El “cero” no puede existir en un país que cuenta con más de 200 años de vida independiente y que tiene a sus espaldas una historia constitucional, o sea, una completa biografía a la que atender y de la cual hacerse cargo, de manera que antiguas Constituciones, incluida la actual, como también cartas fundamentales de otros países, van a estar sobre la mesa de trabajo de la comisión constituyente, lo mismo que textos de especialistas, el proyecto del gobierno anterior y las propuestas de reformas que anuncian ahora algunos partidarios del Rechazo. Una comisión asistida por un comité en el que, además de expertos en derecho público, habrá otra clase de profesionales que responderán consultas de los constituyentes y aportarán a sus debates, sin perjuicio de las reuniones que se sostendrían con personas y organizaciones de los más variados tipos, tanto nacionales como regionales, a fin de recibir planteamientos que provengan de la amplia y diversa base social del país.

Una nueva Constitución no va a ser una venganza contra la actual, por mucho que esta se haya gestado en dictadura y aquella lo vaya a ser en democracia, y por mucho que la manera como se originó la del 80 no tenga nada que ver con el proceso en que estamos ahora: aquella surgió de una comisión designada a dedo y de un plebiscito del tipo que hacen todas las dictaduras (sin registros electorales, sin partidos opositores, y sin libertad de expresión, prensa, reunión ni asociación). No será, pues, la Constitución de la revancha. No se tratará de una carta fundamental que mirará al pasado, sino al presente y, sobre todo, al futuro. Una Constitución que no será un ajuste de cuentas y de la que el país podrá sentirse orgulloso al no ser la imposición de un sector sobre otro, sino el resultado de la conversación de una nación suficientemente madura para entender que ella y otras pudieron tener en el pasado Constituciones no democráticas, pero que algo así no es legítimo ni viable en el siglo en que nos encontramos. Una Constitución que no tendrá “padres” y de la que el completo país podrá sentirse progenitor por su participación en el proceso de acordarla y ratificarla.

Una nueva Constitución, redactada por una comisión elegida por sufragio universal, reflejará la actual diversidad política y social de Chile, de manera que no podrá ser dominada por un sector u otro, y menos por una minoría, atendido el quórum que se exigirá para sus acuerdos. En esas condiciones, ¿alguien puede imaginar, salvo para intentar atemorizar a los votantes, que la nueva Constitución podría arrasar con el principio de soberanía popular, con nuestra condición de república, con la forma democrática de gobierno, con la división de poderes, o con el derecho de propiedad y otros derechos fundamentales reconocidos por Chile en varios tratados internacionales?

¿Que el proceso constituyente fue consentido por algunos solo por la presión ejercida desde octubre de 2019? Bueno, lo que no hiciste por propia iniciativa lo más probable es que acabes haciéndolo bajo presión. Por lo demás, ¿cuántos documentos de primera importancia en la historia de Occidente, y de los cuales nos sentimos orgullosos, fueron conseguidos mediante presión sobre quienes ejercían el poder? ¿No fue ese el caso de la Ley de las XII Tablas en la antigua Roma (presión de plebeyos sobre patricios), de la Carta Magna inglesa de 1215 (arrebatada al rey Juan por los señores y nobles de la época), del Acta de Habeas Corpus, de 1679 (que opositores forzaron a Carlos II), y de la Declaración de Derechos de 1688, de Guillermo de Orange, a quien se obligó a firmarla como condición para hacerse con la corona? La propia Declaración Universal de Derechos Humanos, ¿no fue una reacción a los horrores de la Segunda Guerra Mundial?